Había una época en la que solo éramos unos pocos, nos reuníamos
en secreto y huíamos de los convencionalismos que marcaba la Real Academia de
las Lindas Maneras (la RALM)…La gente nos miraba raro y aun así sorteábamos a taxis,
buses, aviones y algún submarino con la mayor dignidad que fuera posible.
Transitar en bicicleto era una experiencia mística que alternaba la graba
parcheada con tramos de acera (inoxidable en algunos casos…) sin evitar la
lluvia de improperios de cenutrios al volante que te observaban como arbotantes
salientes de nula utilidad...
Años después las ciudades se han llenado de unas arterias
verdes que hacen la vez de autopistas ciclópeas que marcan el devenir de
nuestros destinos circulares. La apuesta civil por el uso del carril
alternativo se ha convertido en una auténtico fenómeno de masas que ha llenado
los centros comerciales de una turba desenfrenada con sed de “estreno”, sí, del
bautizo de su nuevo cachivache por la superficie de la nueva calzada…Y dónde
quedó la figura de esa criatura triste e indefensa, sensible a las causas
perdidas que ponía su vida en juego cada que se subía a la bicicleta? En busca y
captura…Ahora los nuevos tabernáculos del mundo ciclista enfilan los laberintos
urbanos seguros de haber pagado un peaje que los mantiene inmunes a
semáforos, cedas el paso, abuelas, carros de la compra, bambinos jugueteantes, etc.,
y no me queda más remedio que susurrarles en un perfecto acento inglés cada vez que
llego a un ceda el paso: “Pasen ustedes, por favor…”