jueves, 14 de julio de 2016

Nacen, crecen, se reproducen y…no mueren

Los Blatodeos no son uno de los pueblos micénicos del antiguo Egipto que poblaron Anatolia en la tercera Glaciación del Monstruoceno, no, tampoco son unos forúnculos gastrodiodenales  que se hinchan cuando entramos en un estado semifebriloso. No, amigos, los blatodeos son unos coleópteros anteniformes y marronáceos que pululan en verano debajo de los límites permitidos por el umbral de la decencia.

Los que tenemos la suerte de vivir en un primeiro y de disfrutar de un vergel en forma de patinillo corremos el riesgo de sufrir las continuas y desagradables visitas de estos hemimetábolos de naturaleza desordenada e inquieta. Y no, no es que el odio más intrínseco invada mis venas pero lo tuve claro, con el ascazo que me dan, o ellas o yo. La política publicitaria y marquetiniana de los tiempos actuales te lo deja claro, hay remedios de sobra conocidos para eliminar al incómodo huésped de los zócalos anónimos. Pues bien, puedo decir y digo que he sido nombrado Doctor Honoris Causa por varias universidades transoceánicas tras probar todos los métodos que el mercado pone a disposición del ansiado consumidor…ahora soy un experto en banalidades químicas e inútiles. Probé diversos aerosoles (protección 50, eso siempre),  trampas varias de amplio espectro de esas ideales de la muerte en las que una cucaracha (padre de familia y director de varias asociaciones) que pasaba justo al lado de la trampa se infecta y un domingo cualquiera durante el almuerzo semanal envenena a toda su estirpe hasta hacerla desaparecer de la interfaz de la tierra, esos aparatos ultrasónicos, ultracaros y que te dan ultricaria, o esos fabulosos remedios de la abuela (como me encuentre a la abuela…) que terminan en la bolsa estomacal de tu mascota y la terminan matando en una lenta agonía…

Y sí, lo reconozco, el que cayó en la trampa fui yo y atravesé por todos los estadios posibles hasta caer en la desesperación: “está claro que me han echado un mal de ojo, este verano las cukis me va a acompañar casi hasta navidades…” Y es que nada como una prueba irrefutable e indómita para caer en la cuenta de que los 372 euros que me habían desaparecido de la cartera (IVA aparte) habían sido para nada y sobre todo para nadie…y es que al cuarto día de forrar todos los enchufes de aparatos ultrasónicos me percaté de dos cosas: la primera que tras ver a un hermoso y brillante cucarachónido echando un cigarro apoyado en uno de estos modelajes sonoros tuve la ligera sospecha de que incómodo o molesto no estaba precisamente, y la segunda es que tras varias noches durmiendo bajo el tun tun del soniquete invisible comencé a desarrollar una reacción desagradable y de rechazo en mi pabellón auricular…


Y el final de la historia terminó como debería haber empezado, con una “fumigatio” como un demonio en toda regla y dejando los remedios de la abuela para otras cuestiones menos serias…